Candelaria nació en la semana 35, pesando un 1kg y medio. Neonatología, una de las experiencias más fuertes de mi vida. Los primeros días no la podía alzar y ella tenía unas vías conectadas. Yo lloraba, la quería acariciar. Ese movimiento estaba vedado, sus venas eran tan chiquitas que si lo hacíamos, podíamos mover las agujas. Ese día, un enfermero me dijo: “apoya la mano y presiona con firmeza. La firmeza sostenida le va a dar calor y así ella te va a sentir, va a saber que estás acá”. Y ahí aprendí que la firmeza no es gritar fuerte y romper todo, más bien todo lo contrario. La firmeza que nos salva es aquella que se sostiene en silencio y es cálida, está llena de amor.
Toda mujer que pasó una cesárea sabe lo que duele esa cicatriz, sobre todo los primeros días. Me acuerdo no poder caminar y tomarme un taxi para llegar al hospital. Me acuerdo del taxista que se bajaba a abrirme la puerta porque yo no podía moverme. Me acuerdo caminar dando pasos muy cortos sintiendo un dolor infinito, apoyándome en las paredes, sin parar de llorar. Me acuerdo que no me importaba, que tenía una fuerza única, que nunca me sentí tan conectada con mi femineidad; mi hija estaba internada y de alguna manera yo iba a poder llegar. Y ahí aprendí que lo femenino no es débil, sino todo lo contrario, que cuando conecto con esa parte mía sé que nada me va a parar. Y que esa fuerza no rompe, no excluye, no lastima, se apoya en otro lugar.
Me acuerdo el inicio de la pandemia, incertidumbre infinita. Imágenes de países que colapsaban, la certeza de que el “quedate en casa” no era real en las villas y el miedo de no saber que iba a pasar. Me acuerdo estar en mi oficina bien tarde, sin saber cómo íbamos a poder lidiar con todo (con el diario del lunes es tan fácil criticar) y de repente un mensaje: “Sos mujer, vas a poder. Y te vamos a acompañar”. Una líder social, profundamente opositora al gobierno al que yo pertenecía y una generosidad única. Ahí aprendí que no todo es competencia, que tejer redes y colaborar es una manera mucho más virtuosa y potente para poder transformar.
Seguimos en la pandemia y hay que repartir miles de viandas por día en los barrios del sur de la Ciudad. Llego a un comedor para armar el esquema de reparto. “Son casi 3 veces más de lo que se reparte siempre, digo preocupada, ¿vamos a poder llegar?”. María me mira a los ojos: “Lo hicimos siempre. Hace años, cuando empezó la crisis y arrancamos con la comida, cuando un pibe deja la escuela y lo vamos a buscar, cuando una amiga cae en la droga y a sus hijos les hacemos un lugar. Nos organizamos siempre. Esto es empezar de nuevo, una vez más”. Ella le puso palabras a algo que ya sabía, esas mujeres son heroínas, abrazan en silencio, desde hace años, tanto dolor silencioso.
No se olviden que para mañana hay que llevar un papel secante, un frasco y 3 lentejas. Mensaje de las 21.25 en el grupo de mamis de whatsapp. Leo y pienso que no es que me olvide de buscarlos, ni siquiera estaba en mi radar qué lo necesitaban. Al segundo, otro mensaje: “para las que no lleguen, compré 5 papeles y 1 paquete de lentejas”, mando todo. Y así siempre, la que puede compra una demás porque asumimos que alguna va a estar complicada y entre nosotras nos vamos a ayudar. Aprendizaje continuo y compartido, lleno de complicidad.
Agosto 2023, salgo del gobierno.“ A mi no me importa si estás contenta o no, yo voy a aprovechar para hacer lo que nunca pudimos. Sacamos pasajes ahora, nos vamos de vacaciones, todas juntas”. Que importante mis amigas, las que te conocen desde siempre, que acompañan con palabras o a veces en silencio. Las que conocen todo lo que viviste, te marcan los errores y acompañan con orgullo todo eso que recorriste. Las que bancan cuando no estás, las que respetan y sostienen. Las que sabes que están y van a estar siempre. Mujeres fuertes y bellas, que desde hace años son testigos de todos los momentos de mi vida.
Guadalupe baila, todo el día. Cuando se levanta baila, cuando come baila, antes de ir al colegio baila, cuando vuelve baila. Lo ama profundamente y yo disfruto verla bailar. Aunque le grite para que se quede quieta en la mesa, me encanta sentirla vibrar. “Cuando sea grande quiero vivir bailando, Ma”. Su ilusión me inspira y también me compromete. Me conmueve su inocencia, no quiero que nadie la rompa, que nadie la haga dudar. Mi deseo para ella y para todas es que siempre puedan encontrar un lugar donde bailar.
Me encantan las plazas, siempre me gustaron. Una a la que me sumé más bien tarde es la del 8M. Hoy va un gracias a todas las mujeres que la impulsaron y me ayudaron a llegar hasta acá. Por luchar cuando nadie las miraba, por poner en agenda tantas causas difíciles, por siempre creer que era posible, por convertir tanto dolor en plazas llenas de vida. Muchas de esas mujeres son una señal que orienta, a la que una llega cuando puede, a veces bien cansada, ansiando encontrar un lugar. Son abrazo y guías en el camino, son confidentes de dudas y certezas en el camino de las causas compartidas.
Preguntas, muchas. Momento de escuchar y habitarlas, asumiendo en ese camino, todas nuestras contradicciones. Las veces que favorecimos estas luchas y las veces que inconscientemente las negamos. Porque el sistema te lleva, sin quererlo a reproducir violencia, a dar la discusión en términos machistas, a perder la ternura, a callarse frente a algunas injusticias, a volverte más dura. Habitar esas preguntas para vislumbrar nuevas respuestas. Habitarlas en silencio y también compartirlas. Porque en ese intercambio, no tengo duda de que vamos a encontrarle el tono a nuestra época, juntas vamos a crear una canción nueva, bien compartida.
Un 8M cargado de esperanza. Lo que viene necesita esta energía que aportamos las mujeres en la discusión pública. Reconociendo que el cuidado y la presencia importan, y que dan como resultado una firmeza que sostiene sin romper. Que en vez de la concentración y la competencia, la colaboración y la empatía pueden ser grandes motores de la transformación. Que el respeto por las diferencias y el camino recorrido nos vuelven más grandes, en términos personales y sociales. Que la vida tiene ciclos y que los procesos llevan tiempo, que hay que saber hacer y también hay que saber pausar, que hay que escuchar y dialogar con lo que la realidad muestra, siendo capaces de soltar lo que ya no va. Y cuán importante también es poder disfrutarnos, alegrarnos, celebrar. Argentina es un país fantástico, necesitamos recuperar la capacidad de celebrar.
Quiero vivir este 8M animándome a la profundidad de habitar las preguntas. Con la valentía de poder reconocer errores y decir acá me equivoque: para aprender, para revisar, para integrar. Con la ilusión de imaginar lo que viene y parirlo de manera colectiva. Deseo un tiempo en el que miremos los problemas de siempre, desde otra perspectiva. Y también con la madurez de un camino recorrido, que con varias cicatrices nos recuerda todo lo que dolió y a su vez, todo lo que ya hemos aprendido.